Al fin era el día. El
día en el que nos íbamos a mudar a nuestro nuevo hogar, en aquel lugar donde
nadie se molestaba entre sí. Mi marido y yo habíamos decidido mudarnos allí con
el fin de encontrar paz, para enfocarnos en nuestro trabajo. Él era científico
y yo una escritora. Nunca imaginé lo que vendría después.
Los primeros
meses fueron muy placenteros. A mi marido le iba bien en lo que hacía y yo
estaba en proceso de una novela. El pueblo al que nos habíamos mudado
se sentía muy tranquilo, la mayoría de los que vivían allí eran muy relajados.
Hacían sus vidas y no se metían en las de los demás. Los niños siempre que
llegaban de la escuela se iban a jugar a la plaza que se encontraba en la
esquina de mi casa. Yo observaba como mi marido se reía con las cosas que ellos
hacían.
Una noche una
pareja que nunca hablaba con nadie, empezó a tocar las puertas de todas las
personas del barrio para preguntar si habían visto a su hijo más pequeño.
Contaban que nunca había vuelto de la plaza. Mi marido y yo nos preocupamos
mucho. Nadie sabía el porqué de la desaparición del chico. El pueblo tenía fama
de ser muy seguro, nunca ocurrían robos o ningún otro crimen.
Al principio yo
no sospechaba nada de lo que mi marido estaba haciendo. Cuando el volvía del
trabajo siempre bajaba al sótano para seguir experimentando. Nunca bajé porque
nunca me llamó la atención lo que él hacia allí. Hasta que un día noté que ya
era tarde y no subía. Entonces fui al sótano para preguntarle si iba a venir a dormir, se
puso muy nervioso, entonces cerró rápidamente una cortina. No alcancé a ver lo
que había detrás de aquel pedazo de tela, solo vi las patas de una
camilla. Le pregunté por qué se había puesto tan nervioso. “Por nada”,
contestó.
Después de aquel
día empecé a sospechar que estaba haciendo algo raro en el sótano. Al principio
no quería bajar porque tenía miedo de lo que podía encontrar; pero después
con el tiempo la curiosidad me estaba matando.
Entonces un día cuando él ya se había ido a trabajar me decidí. Cuando me dirigí a
abrir la puerta estaba cerrada, eso me puso nerviosa. Fui en busca de las
llaves para ver si estaba en el lugar donde las guardábamos. Por suerte la encontré y me dirigí a
abrir la puerta. A medida que fui bajando, más nerviosa me iba poniendo. Cuando
finalmente llegué la cortina estaba cerrada . Fui lentamente y la
abrí. Cuando lo vi no lo podía creer, allí estaba el cuerpo
del niño de la plaza que nadie encontraba. Yacía tendido sobre la camilla, con
una bata de hospital y su cara toda deformada. Parecía que habían tirado ácido
sobre ella. Cuando lo toqué estaba frio y me di cuenta de que estaba muerto.
Aquel día
justo después de ver al niño muerto fui directamente a la policía y denuncié a mi marido.
Al parecer estaba probando productos químicos en el pobre chico. La familia
quedó devastada con la noticia. Al principio me culparon a mí también por
conspirar con mi esposo, pero finalmente me creyeron que yo no sabía nada de lo
que estaba sucediendo en mi sótano. Finalmente, encarcelaron a mi marido lo
condenaron a cadena perpetua por asesinato en primer grado.
Luego de unos
años me mudé y volví a reiniciar mi vida .